El viaje del que se queda (Segunda parte) - Maximiliano JB Félix

08.01.2016 04:58
Los días (II)
Desperté, con ganas de volver a ese último abrazo.
Otro día, uno nuevo, lleno de expectativas truncas embestidas por la sentencia de una pasajera soledad.
Nada era verdaderamente tan malo. Había comunicación que anunciaba el arribo al primer destino, donde otros corazones también extrañaban, pero yo no podía dejar de pensar, que nadie extrañaba como yo.
Postales bonitas casi tanto como su sonrisa que yo tanto quería, llegaban a ventanas digitales.
Ganaba la ansiedad al entrar la media tarde y se dibujaban los rincones con sus gestos, cada espacio planteaba cada vez más fuerte la incógnita de tanto sentir: ¿De qué manera había sucedido? Ahí estaba yo, subido al viaje de una aparente interminable espera.
Ese anochecer tuve la necesidad de oír esa canción, la que habla de los días, en voz dulce y de rostro luminoso, como el que yo tanto extrañaba.
Llego la noche, y a pesar de haber encontrado que hacer, algo faltaba.
Nada malo había en el resto de la gente, pero definitivamente, nunca era lo mismo. Yo necesitaba de esa piel, de esa mirada.
Otra vez el sueño traería bienestar, para comenzar nuevamente otro día, entre los días.
 
Este despertar trajo otra nostalgia, había bajado la temperatura y los abrazos eran más que oportunos, pero esos abrazos, no cualquiera.
El tiempo de a ratos corría lento cual caracol de verano, mientras yo me metía en las profundidades de los recuerdos que se reproducían tanto como los anhelos, y otras veces,el tiempo corría ligero como las lluvias de primavera en bicicleta, y casi, casi me hacía creer que todo había pasado, pero siempre llegaba el ocaso, y mis brazos buscaban ese abrazo.
Pronto seguiría rumbo a su gran destino, allá cruzando la frontera, mientras yo acá, cruzando los dedos. De todos modos, a pesar de tanto extrañar, podía sentirme feliz, había un reencuentro que nos prometía mucho más, con más historias, y con la fuerza acumulada de toneladas de abrazos a punto de desenfundarse.
La noche otra vez hacía de cada minuto un nervio, la ansiedad de ese reencuentro, la nostalgia de la partida. Lo bueno, lo mejor, fue saber, que en ese viaje, también iba yo, entre lindos pensamientos. Reía de nervios y felicidad, y lloraba de ansiedad y deseo. Había que bancársela, y eso hice, aguantar, deseándole el bien, pidiendo que lo disfrutara y que por favor se cuidara mucho, pues claramente, acá había un corazón a su espera.
Las charlas a la distancia sólo lograban acercarnos más. Nos alentábamos a despejarnos, y a no colgar en el vaivén de la nostalgia, cosa que al parecer, cada día se volvía más complicada.
Acá, en una rutina dispar, yo sólo quería el momento de su regreso y ese abrazo. . .
Pero para entonces, los días debían pasar, mientras tanto, curioso de las nuevas postales que estaban por asomar, me preparaba para soñar. Siempre quedaba lo bueno de soñar, y volver a despertar.
Porque ambos sabemos: “Los que despertamos somos la pesadilla de los que todavía duermen”